Saturnino Herrán


Saturnino Efrén de Jesús Herrán Guinchard1​ (Aguascalientes, 9 de julio de 1887-Ciudad de México, 8 de octubre de 1918), conocido como Saturnino Herrán, fue un destacado pintor mexicano de la fase denominada indigenismo, aunque también se le considera como seguidor del modernismo pictórico e iniciador del muralismo. Aunque sólo vivió 31 años, creó algunas de las obras plásticas más reconocidas del arte mexicano, como La leyenda de los volcanes, Tehuana, La criolla del mantón, El cofrade de San Miguel, Nuestros dioses, entre otras.

Saturnino Efrén de Jesús Herrán Guinchard1​ (Aguascalientes, 9 de julio de 1887-Ciudad de México, 8 de octubre de 1918), conocido como Saturnino Herrán, fue un destacado pintor mexicano de la fase denominada indigenismo, aunque también se le considera como seguidor del modernismo pictórico e iniciador del muralismo. Aunque sólo vivió 31 años, creó algunas de las obras plásticas más reconocidas del arte mexicano, como La leyenda de los volcanes, Tehuana, La criolla del mantón, El cofrade de San Miguel, Nuestros dioses, entre otras.
Aprendizaje (1904-1908)
Saturnino fue un pintor con gran habilidad desde muy joven, por lo que cuando llegó a la academia en la Ciudad de México no se inscribió en los cursos elementales de dibujo, sino que pasó directamente a las clases superiores impartidas por Antonio Fabrés, profesor que tendría a Herrán en alta estima. De esta época se pueden apreciar algunos dibujos al carbón y en sanguina, los cuales se expusieron en la escuela con los de otros compañeros. El profesor era afecto a una temática anacrónico-exótica, la cual estaba presente en las obras de sus alumnos incluyendo a Herrán, quien la fue abandonando, prefiriendo la iconografía de elementos de la realidad cotidiana.
De esta época también hay obras como Un desocupado y Un albañil, fechadas en 1904, que denotan las enseñanzas de Fabrés en torno a las costumbres y las escenas cotidianas de la ciudad. En 1907 pinta Viejo, una pintura de tinte naturalista pero con un modo expresivo y modernista. Si bien, con Fabrés, Herrán trabajó sus dotes en el dibujo, con Germán Gedovius aprendió el oficio de la plástica, la materia pictórica. Las figuras de trabajadores humildes, que tendrían presencia protagónica en la obra de Herrán, es una de las influencias de Gedovius.
En obras como Jardines de Castañeda, es posible ver la factura modernista de Herrán en sus primeros años, aunque aún no poseía la impronta individual que alcanzaría en obras posteriores. Herrán perteneció a un grupo del Ateneo de la Juventud, asociado a la revista Savia Moderna, con quienes compartía ideales estéticos idealistas y simbolistas.
De la época de aprendizaje, influyeron también en Herrán las obras de Ignacio Zuloaga, Joaquín Sorolla, en especial la paleta de colores, la exuberancia y la iconografía compuesta de temas crítico-sociales. Sus contemporáneos Juan Téllez, Ángel Zárraga y Julio Ruelas también fueron parte de la amalgama de expresiones diversas que confluirían en su obra futura. Herrán también estaba familiarizado con la publicación The International Studio, en cuyas páginas tuvo contacto con la obra de artistas que influyeron en su formación, como la estampería japonesa y las pinturas de Frank Brangwyn.
En 1907, Herrán trabajó copiando los frescos de Teotihuacán para el antropólogo Manuel Gamio, y poco después comenzaría a plasmar el pasado indígena en su obra pictórica.
Consolidación profesional (1908-1911)
En 1908, Herrán termina su primera obra de gran rigor estilístico, Labor, la cual desarrolla en su clase de Composición de Pintura. Dos años después realiza dos tableros para la Escuela de Artes y Oficios entre 1910 y 1911, en la que se realza el trabajo como sustento del progreso nacional. Para estas obras, Herrán retoma los murales de Frank Brangwyn. En 1909, Herrán ya había realizado una obra alegórica con sensibilidad decadentista, Molino de Vidrio, en la que se confronta el tema del progreso asociado al trabajo con el del agobio que representa el trabajo físico de un viejo que opera una rueda de molino.
En sus primeras obras de consolidación profesional, Herrán matiza el naturalismo propio de los pintores costumbristas al diluir los contornos precisos de las figuras y objetos, técnica presente también en obras como Vendedoras de ollas de 1909, en Flora y en el tríptico La leyenda de Iztaccihuatl. En el caso del cuadro Flora, fue un tema elegido por el profesor Francisco de la Torre y Sóstenes para hacer hincapié en el poder germinador de la naturaleza; sin embargo, Herrán pinta a una modelo con rasgos indígenas con flores en la cabeza que sostiene un cesto con rosas. En todos estos cuadros, Herrán muestra una personalidad perfectamente definida en sus personajes, y no le interesaba perseguir arquetipos abstractos, sino pintar a hombres y mujeres específicos. Las atmósferas en las que Herrán colocaba a los personajes era imprecisa y vaga, fuera de lo cotidiano.
De esta época, el tríptico La leyenda de los volcanes, obra no datada pero que se calcula que es de entre 1910 y 1912, es una alegoría del destino trágico de los dos amantes. Este tríptico conjuga varias tendencias del modernismo en el arte, como una representación trágica y pesimista del amor, así como una factura que se encuentra entre el naturalismo y la abstracción. La novedad iconográfica de la pintura radica en la utilización de una leyenda indígena para construir estados de ánimo subjetivos y personales.
Herrán participó en dos exposiciones en la Escuela Nacional de Bellas Artes en 1910, una en febrero y otra por las Fiestas del Centenario en septiembre que organizó el Dr. Atl. En estas exposiciones, la obra de Herrán atrajo la atención del público y la crítica.




 Óleo sobre tela, 1916.
INBA/Instituto Nacional de Bellas Artes/ Artes visuales

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